Pablo Sanabria Lainez
En la Edad media, se puso de moda hablar de “los pecados capitales” los cuales consisten en disposiciones del espíritu que aunque no pueden percibirse fácilmente, se manifiestan tarde o temprano a través de acciones concretas. Uno de estos pecados capitales es la envidia, la cual puede arruinar amistades, reputaciones, relaciones de trabajo y lo más importante, puede destruir el espíritu mismo del envidioso. Job 5:2 dice: “Al necio lo mata la ira, y al codicioso lo consume la envidia”. Note usted el paralelismo hebreo entre “matar” y “consumir” en este verso. En una antigua ciudad griega habían erigido una estatua en honor a un atleta que se había destacado grandemente en los juegos olímpicos. Otro atleta se llenó de tal envidia que por las noches, mientras la gente dormía, iba en medio de la oscuridad con un cincel y un martillo a tratar de debilitar la base de la estatua. Un día, el envidioso logró su propósito. La estatua cayó, pero lamentablemente sobre su propia cabeza matándolo de inmediato. En efecto, la envidia tiene el poder de matar literalmente.
Pero si la envidia no nos mata, puede hacer miserables nuestras vidas. En la película Amadeus, uno de los protagonistas es, desde luego, el joven Mozart quien se destaca como un músico extraordinario. El otro protagonista es Antonio Salieri, músico de la corte del rey de Austria en Viena. Saliere era un hombre devoto que se había propuesto escribir música que glorificara el nombre de Dios. Sin embargo, Dios no dio a Salieri el talento enorme de Mozart. Salieri llegó a escribir algunas piezas musicales agradables, pero distaban mucho de ser obras extraordinarias. Entonces, Saliere desarrolló una envidia mortal hacia Mozart. Su envidia se volvió una obsesión que lo llevó a un estado emocional que rayaba en la locura. En sus noches de tortura emocional, Saliere maldecía a Dios por haberle negado el talento de Mozart.
La envidia ha afectado a muchas personas prominentes de la historia. Alejandro Magno, por ejemplo, no toleraba que otra persona fuera alabada en su presencia. Los hermanos de José, le vendieron como esclavo por envidia. La envidia fue una de las causas de la crucifixión de Cristo. Saúl trató de matar a David porque le envidiaba profundamente. Y así podríamos continuar ad infinitum.
Antes de que la envidia nos mate o haga miserables nuestras vidas, hay que deshacernos de ella. Una de las cosas que podemos hacer es evitar las comparaciones. Cuando medimos nuestra belleza, inteligencia, habilidades, cultura, etc., con la de los demás, invariablemente vamos a llegar a sentir envidia porque como dice Desiderata, “siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú”. Otra cosa que podemos hacer es como diría Og Mandino “contar nuestros dones”. Dios nos ha bendecido a todos con uno o más dones. Debemos dar gracias a Dios por ello y esforzarnos por mejorarnos cada día un poco más. Además, debemos orar a Dios para que nos ayude a no envidiar a nuestro prójimo, y si ya sentimos envidia por alguien, hay que confesar el hecho y pedir ayuda para superarlo.
En conclusión, la envidia es una disposición que nos envenena el alma, que nos puede llevar a estados emocionales desequilibrados y aún hasta la muerte. Tengamos cuidado con este pecado capital. Aprendamos a celebrar los dones y las bendiciones que Dios derrama sobre los demás. Reconozcamos las virtudes en los demás como un regalo de Dios y demos gracias por lo que hemos recibido.
El autor es Licenciado en Derecho, Master Ciencias y en Divinidad .
La Prensa, el diario de los nicaraguences
http://archivo.laprensa.com.ni/archivo/2004/junio/27/opinion/opinion-20040627-03.html
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